Aunque ya estamos terminando el ciclo escolar, la actualidad nos lleva a tratar el tema del #acoso en todas sus vertientes. Como ya sabéis mi área de espacialidad es la familiar y educativa por lo que en este artículo hablaré de acoso escolar. Durante mi carrera profesional me ha tocado intervenir en varias ocasiones en situaciones de acoso escolar.
En este tiempo he tenido oportunidad de observar de cerca los grandes vacíos que existen a la hora de abordar un caso de bullying:
1. Trabajamos principal (por no decir únicamente) con la víctima y no con el acosador.
2. Tenemos miedo de que se nos señale como padres, como profesores o como centro, por ello, cuando aparece una situación de acoso escolar lo minimizamos o buscamos culpables. Pocos son los que admiten que puedan hacer algo para cambiar la situación, llegando, en ocasiones a culpar a la víctima de ser una persona causante de problemas y sugiriendo su cambio de centro como solución óptima.
3. No somos conscientes de vivir en una comunidad, de que cuando nuestro hijo va a un colegio, ese colegio debe funcionar como una gran familia.
4. Los padres hacen poca autocrítica y presumen de hacer correcciones severas que tienen más que ver con el problema que con la solución.
5. Dedicamos poco tiempo a los niños y esto causa problemas en su desarrollo afectivo y social de tal forma que tienen dificultades para saber mostrar cariño, recibir cariño y relacionarse con otras personas.
6. El mundo ha cambiado, es más peligroso, y como los niños ya no pueden jugar solos en la calle, se quedan en casa. Pero la protección que aporta quedarse en casa es un espejismo: cerramos la puerta de la calle y abrimos la puerta de internet, por la que entran otros peligros….
En este artículo no pretendo daros de nuevo las señales de alerta para detectar si vuestro hijo está sufriendo #bullying, en este caso, he decidido hablar desde la perspectiva del bully o acosador y mi intención es daros las #claves para que vuestro hijo nunca sea un acosador porque esa es la única forma de acabar con el #problema.
Ahora vamos a darle la vuelta a ese dedo que siempre apunta hacia fuera, a ese dedo que pone la responsabilidad en los profesores, en el centro, en las instituciones, en el barrio, en el ejemplo de los compañeros y vamos a pensar qué comportamientos de riesgo tenemos en casa que pueden ser el caldo de cultivo para que nuestro hijo sea quien dañe a un igual hasta el punto de que éste quiera desparecer de la faz de la tierra. Empecemos con el caso de D.
EL CASO DE D.
“D. era un niño de 6 años que pegaba e insultaba, sobre todo a aquellos que tenían alguna “particularidad” física. Saboteaba las clases, se rebelaba contra los profesores, convencía a sus compañeros para que lo secundaran. D. se portaba mal, muy mal, pero era absolutamente brillante. Su inteligencia e ingenio estaban, sin duda, sin duda fuera de lo común. Esto le permitía liderar todas las rebeliones y apuntar con sus insultos donde más dolía. Todas las madres del colegio se quejaban de él y se hacían subgrupos de whatsapp para comentar lo que D. hacía a sus hijos y como D. merecía ser expulsado.
Sus padres no venían muy a menudo al colegio, estaban muy ocupados y D. pasaba muchas horas fuera de casa y cuando estaba en casa pasaba su tiempo jugando a videojuegos no adecuados para su edad y al cuidado de una señora contratada a tal efecto. D. pertenecía a una familia adinerada, el padre estaba mucho de viaje y cuando volvía su personalidad cambiaba de un maravilloso Mr. Charming a un terrorífico Mr. Drunk que gritaba y pegaba a una madre de físico y personalidad explosivas más preocupada su próxima operación de cirugía estética que de la educación de D.
Pasaron los meses y la presión de los padres fue tan fuerte que el colegio le indicó la señal de “exit” y así D. a los 6 años perdió el único ambiente estable de su vida. D. empezó en un nuevo colegio, donde no tenía ninguna referencia, en el que estaba completamente perdido, con aprendizaje muy significativo: él era malo y cuando eres malo nadie te quiere y, por tanto, no tienes nada que perder.”
D. tenía seis años cuando esto ocurrió, ¿de verdad creemos que un niño de seis años ya no puede cambiar?” Yo quería mucho a D. y D. me quería a mí (así me lo dijo el último día que le vi) a pesar de haber tenido que reñirle en muchas ocasiones y de haber sido el niño que más trabajo me daba, no puedo parar de pensar cómo hubiera cambiado su vida si le hubiéramos dado la #familia y la #seguridad que nunca tuvo, si hubiéramos hecho nuestro su problema, si hubiéramos hecho grupos sobre cómo ayudarle y no sobre cómo sacarle.
No supe después que fue de él, pero no me sorprendería ver en pocos años una noticia con su nombre, ojalá esa noticia sea de éxito por haber superado sus dificultades y haber sabido aprovechar su inteligencia para algo positivo, pero lamentablemente sospecho que no será así. Y me pregunto ¿qué pudimos haber hecho? Para mí es difícil aceptar que a sus seis años D. ya era malo y no se podía hacer más por él que apartarlo para que no hiciera daño a los demás.
A continuación, expongo unas conclusiones que podrían ayudar a que casos como el de D. se aborden de una manera más constructiva y evitar que los niños que tienen contextos familiares problemáticos terminen siendo bullies o acosadores
El Ejemplo y los Grupos de Whatsapp
Todos los que somos padres pertenecemos a un maravilloso y utilísimo grupo de whatsapp a través del que nos enteramos de cuando es la excursión, si hay que mandar bocadillo o de la página de los deberes de matemáticas que se apuntó de manera dudosa en la agenda. Sin embargo, a través de estos grupos se siembra en muchas ocasiones la semilla del acoso….
Cuando usamos los grupos de madres y padres para hablar mal de un niño damos un ejemplo muy peligroso: nos asociamos para excluir y discriminar a una persona en base a sus defectos o los defectos de su familia. Solo hace falta que dos o tres niños oigan a sus padres hacer esto para que se forme una pequeña célula que irá extendiendo esta información por el resto del grupo hasta causar un tumor difícil de extirpar.
Asimismo, cuando hablamos mal de otras personas en presencia de nuestros hijos les enseñamos a fijarse en los aspectos negativos de las personas y hablar a sus espaldas lo que también favorece los procesos de discriminación y exclusión en el colegio.
Para un niño que no sabe como resolver la situación y para un adolescente cuyo grupo de referencia más importante es el grupo de amigos, el acoso en forma de aislamiento puede ser sumamente doloroso.
La Culpa No es (solo) de los demás
Cuando se habla con los padres es muy común que ofrezcan resistencia a la hora de aceptar los comportamientos negativos de sus hijos, sobre todo, si son diferentes a los que ellos observan en casa.
Decir la verdad y a aceptar las consecuencias de sus actos son el primer paso para corregir un comportamiento, si les justificamos constantemente no conseguiremos que se mueva algo en ellos, que tengan esa sensación negativa de haber hecho las cosas mal que les lleve a intentar hacerlas mejor la próxima vez. Para saber cuáles son los actos de los que debe aceptar las consecuencias necesitamos que nos digan la verdad, esto será muy complicado si están dominados por el miedo o si el castigo es demasiado duro. Valorad siempre la sinceridad por encima del error, si no sabemos que han hecho no podremos explicarles porque estuvo mal.
Recordad que en un grupo hay unos pocos líderes y que, por lógica, la mayoría de los niños no lo son. Cuando en un grupo surge una figura de liderazgo disfuncional puede llevar a los miembros del grupo a actuar de una manera diferente de la actúan normalmente. Por eso es tan importante enseñarles a los niños a tomar decisiones y a hacer frente a la persuasión. Cuando educamos en la obediencia y en el “y punto”, “chitón” y “porque yo lo digo” cuando nuestros hijos estén en un grupo en el que el liderazgo sea negativo obedecerán y harán lo que la figura de autoridad, en este caso el líder, disponga.
Además, como bien sabéis, los niños no siempre actúan como les hemos enseñado o como saben que está bien. Nunca dejéis de explicar vuestros valores a los niños aunque os parezca que los habéis repetido mil veces o que son de cajón, la educación moral tiene un componente cultural muy importante y se trasmite a través del ejemplo y la repetición.
Si creéis que lo que hizo vuestro hijo amerita una consecuencia preguntadle a él qué castigo cree que merece, os sorprenderá lo duros que pueden ser consigo mismos. Tal vez el castigo que sugiere vuestro hijo no os parezca el más adecuado pero su respuesta puede ser un buen indicador de su nivel de arrepentimiento.
La solución no es “quitarse el muerto”
Los colegios tienen un papel tan importante en el desarrollo de las personas y un impacto tan grande en su desarrollo y en su futuro que no deberían funcionar como meras instituciones o centros si no como familias y en muchas ocasiones y en muchos aspectos, así lo hacen.
En una familia el problema de uno es el problema de todos, no se echa a la gente cuando se porta mal, se le ayuda.
Como padres tenéis una responsabilidad muy importante en este aspecto: no pidáis que se expulse a un niño del colegio cuando es pequeño y se porta mal, porque ese niño seguirá presente de una u otra forma en vuestra comunidad o en la sociedad y el daño que se le hace al no darle más oportunidades convierte a esa persona en alguien más peligroso exponencialmente según esa situación se va repitiendo de colegio en colegio aumentando su sensación de rechazo y confirmando su etiqueta de “malo”. Además, esto enseña a nuestros hijos a no enfrentar los problemas si no a evitarlos sin buscar soluciones, a deshacerse de lo que es difícil y que las personas no cambian.
No penséis en que no es vuestra culpa ni vuestro problema, cuando una situación (de cualquier tipo) se cruza en nuestra vida siempre es nuestro problema, sobre todo si podemos hacer algo para que cambie. Las situaciones que más nos enseñan en la vida son aquellas que no elegimos (enfermedades, crisis, imprevistos, dificultades….).
El tiempo lo es todo
Cuando hablamos con los padres de un niño que ha llevado a cabo actos de maltrato a un compañero nos encontramos con una constante: el “#abandono”, en este caso no suele ser un abandono como tal, los niños pueden ir correctamente vestidos, estar bien alimentados, vacunados, tener miles de juguetes, ir a los mejores colegios y tener sus necesidades vitales completamente cubiertas excepto una: la emocional.
La falta de tiempo, el exceso de responsabilidades, las exigencias de nuestros aparatos electrónicos y la facilidad de encontrar alguien que cuide a los niños hace que muchas familias vivan inmersas en temas ajenos a la crianza de sus hijos y algunos niños acaben sufriendo un abandono emocional.
Ojo, no estoy diciendo que no trabajéis y que solo os dediquéis a los niños, estoy diciendo que dedicarles tiempo es muy importante para su desarrollo y que en algo tan esencial como la crianza de nuestros hijos debemos tener en cuenta que necesitan estar con nosotros a la hora de organizarnos. Muchas cosas de nuestro día a día son importantes, pero pocas lo son tanto como ésta.
Cuando un niño resiente ese abandono emocional suele mostrar comportamientos antisociales en los que no parece tener en cuenta en absoluto las emociones de otras personas, quizás porque nadie tuvo en cuenta las suyas. Las necesidades emocionales no se cubren con juguetes y chucherías, se cubren con conversaciones, abrazos, cuidado, paciencia y enseñanza y eso, requiere tiempo.
La falta de tiempo de los padres también afecta al tipo de ocio de los niños que abusan de las pantallas y tienen accesos a contenidos inapropiados en internet. No quiero repetirme demasiado, solo diré que los niños que ven imágenes violentas, es fácil que las repitan y pierdan sensibilidad hacia los sentimientos de los demás. Asimismo, los niños necesitan jugar con otros niños para aprender y practicar habilidades sociales, si no conocen los buenos modales o las formas de interacción prosociales (esperar turnos, saludar, hablar amablemente, participar en un juego, compatir…..), difícilmente las pueden llevar a cabo y serán sustituidas por otras más problemáticas (colarse, empujar, arrebatar, incordiar….).
El mejor castigo no es nunca “un buen azote”
Os asombraríais de lo fácil que es que unos padres sugieran unos azotes u otro tipo de castigo físico cuando se les advierte desde el colegio que su hijo está acosando o pegando a un compañero. Lo que tiene una lógica aplastante NO SE ENSEÑA A NO PEGAR PEGANDO no es tan evidente para muchos. Detrás de la creencia de que mediante un golpe alguien aprende a seguir una norma hay mucho de bullying.
Imponerse a los demás a través del miedo es una característica de los acosadores y también es la estrategia de establecer los límites y las reglas para algunas familias.
Un estilo de crianza demasiado autoritario basado en la intimidación y el miedo no favorece el desarrollo de la empatía ni la expresión adecuada de emociones porque los padres no se ponen en el lugar de sus hijos y no les animan a hablar y a expresar verbalmente las emociones porque interpretan que llorar es portarse mal.
Al no poder expresar sus emociones y al no saber ponerle nombre, los niños, cuando se sienten solos, desatendidos, etiquetados, enfadados o tristes trasforman esas emociones en agresividad y esa agresividad combinada con la falta de empatía puede hacer que se conviertan en bullies.
Aprovecho para recordaros que entre los múltiples estilos de crianza y de estrategias para el manejo de la conducta, el castigo físico no es una opción legal en España (y en otros países tampoco) ES UN DELITO EJERCER CUALQUIER TIPO DE VIOLENCIA SOBRE LOS NIÑOS INCLUYENDO LOS PROPIOS HIJOS.
En conclusión, os animo a que ablandéis vuestros corazones y os pongáis en el lugar de los niños (los vuestros y los de los demás) y que dediquéis tiempo y esfuerzo no sólo para el bien de vuestros hijos si no para el bien de toda una sociedad, de las generaciones que nos harán el relevo como adultos del futuro.
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