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La invención de los trastornos mentales: cuando la psicología se olvidó de pensar

Hay libros que no se limitan a explicar la realidad, sino que la desenmascaran. La invención de los trastornos mentales de Marino Pérez Álvarez es uno de ellos. Una obra que no se lee, se digiere. Y, si eres psicólogo, te obliga a revisar cada creencia que dabas por sentada.


Marino Pérez, catedrático de Psicología en la Universidad de Oviedo y referente del enfoque conductual, no escribe desde la provocación gratuita. Escribe desde la evidencia, desde la ética y desde algo que hoy parece revolucionario: el sentido común psicológico. Su tesis es tan simple como incómoda: la mayoría de los “trastornos mentales” no existen como entidades naturales; son invenciones culturales generadas por un modelo médico que se ha infiltrado en la psicología.


Y no lo dice como una metáfora. Lo demuestra.


la invención de trastornos mentales

Un sistema que fabrica enfermos


Marino parte de una idea demoledora: no ha aumentado el sufrimiento humano, ha aumentado la cantidad de personas clasificadas como enfermas. El malestar siempre ha estado ahí —la ansiedad, la tristeza, el miedo, la desesperanza—, pero ahora todo tiene nombre, código y protocolo.


Ese cambio de mirada tiene una historia. Desde que el DSM se convirtió en el manual de referencia internacional, la psiquiatría y gran parte de la psicología empezaron a hablar el lenguaje de los trastornos. Y con cada nueva edición del manual, la frontera entre lo que es vida y lo que es patología se ha ido desdibujando.


Marino lo llama “la colonización médica del comportamiento humano”. El dolor, la timidez, la distracción, la euforia o el duelo se han convertido en categorías diagnósticas. 


Y detrás de cada categoría, una industria: la farmacéutica, la terapéutica, la burocrática.

“El DSM —escribe— ha medicalizado la vida cotidiana. Donde antes había sufrimiento, ahora hay enfermedad; donde antes había aprendizaje, ahora hay tratamiento.”

El diagnóstico ya no sirve para entender, sino para administrar. Lo que se busca no es comprender por qué alguien sufre, sino a qué trastorno pertenece. El individuo se disuelve en la etiqueta.


Cómo se inventan los trastornos


Marino Pérez explica que el DSM no diagnostica enfermedades; las inventa. Y lo hace de forma muy concreta: mediante consenso. Los comités de expertos se reúnen, votan y deciden si algo debe considerarse una “entidad clínica”. No hay pruebas biológicas, ni marcadores, ni experimentos reproducibles. Solo acuerdos teóricos y correlaciones estadísticas.

“Los trastornos mentales no son descubiertos, sino construidos.”

Eso significa que la depresión, el TDAH o el trastorno de ansiedad social no existen fuera de las páginas del manual. Existen personas que sufren, sí, pero el nombre que damos a ese sufrimiento es una convención cultural, no un hallazgo científico.


Y la consecuencia es enorme: Si el diagnóstico no describe una enfermedad natural, entonces el tratamiento no puede ser una cura. 


Solo un intento de control, un parche farmacológico o una intervención conductual descontextualizada.



El negocio del malestar


Marino no evita señalar lo obvio: la alianza entre el DSM y la industria farmacéutica. Cada nueva categoría abre un nuevo mercado. Cada etiqueta legitima una nueva pastilla.


Desde los años 80, con el auge del DSM-III, la psiquiatría adoptó una narrativa biológica: los trastornos mentales serían “desequilibrios químicos” en el cerebro. Una idea atractiva, fácil de vender y casi imposible de demostrar.

“El modelo biomédico ha convertido la mente en un órgano defectuoso. Ya no se trata de comprender al sujeto, sino de corregir su química.”

El libro muestra cómo ese discurso no solo ha beneficiado a las farmacéuticas, sino también a los propios profesionales, a las aseguradoras y al sistema de salud. Cuantos más diagnósticos, más justificaciones, más tratamientos cubiertos, más consumo.


Pero lo más grave no es el negocio en sí, sino su efecto social: hemos aprendido a entendernos a través del diagnóstico. Decimos “soy depresivo”, “soy ansioso”, “soy TDAH”, como si nuestra identidad dependiera de un código médico.

Esa es la verdadera invención: no los trastornos, sino las personas trastornadas.



Los ejemplos que lo explican todo


A lo largo del libro, Marino desmonta varios casos paradigmáticos que muestran cómo la psiquiatría ha patologizado aspectos normales de la vida humana.

  • La timidez pasó a llamarse “trastorno de ansiedad social”.

  • El duelo se convirtió en “depresión mayor” si duraba más de dos semanas.

  • La distracción infantil derivó en una epidemia de TDAH.

  • La hiperactividad adolescente se transformó en un déficit crónico de atención.

  • Incluso se llegó a proponer que la soledad podría ser considerada un trastorno en futuras ediciones del DSM.


Cada vez que el límite se amplía, miles de personas más entran en el diagnóstico. Y cuanto más se amplía, menos tolerancia tenemos al malestar. Ya no se trata de sanar, sino de normalizar: volver a la media, a la función, a la productividad.

“El ideal de salud mental ha pasado de ser la autonomía del sujeto a ser su adaptabilidad al sistema.”

CHARLA TED MARINO PEREZ


La pseudociencia del modelo biomédico


Uno de los puntos más potentes del libro es su crítica a la falsa cientificidad del modelo biomédico. 


Marino recuerda que no existe un solo marcador biológico que identifique un trastorno mental. 

Ningún escáner cerebral puede diagnosticar depresión. 

Ningún análisis de sangre puede confirmar ansiedad o TDAH.


Y, sin embargo, seguimos hablando como si los trastornos fueran entidades biológicas comprobadas. En palabras del autor, “la psiquiatría funciona como una religión con bata”: tiene dogmas (el desequilibrio químico), sacerdotes (los expertos del DSM) y rituales (la medicación).


La psicología, dice Marino, ha comprado ese discurso acríticamente, buscando parecerse a la medicina para ganar legitimidad. Y en ese intento, ha dejado de pensar como psicología. Ha olvidado su objeto: la conducta, el aprendizaje, el contexto.

“La psicología perdió su identidad cuando aceptó que las causas del sufrimiento están en el cerebro y no en la historia del sujeto.”

La psicología que dejó de pensar


El título del libro no es casual: La invención de los trastornos mentales es también una denuncia a la pereza intelectual de la psicología contemporánea. Marino acusa a la disciplina de haberse rendido al lenguaje del DSM y de la neurociencia, renunciando a su propio marco conceptual.


La psicología conductual, que nació para estudiar la conducta en interacción con su entorno, ha sido sustituida por una psicología interiorista, centrada en causas invisibles y explicaciones circulares (“tiene ansiedad porque es ansioso”).


El problema de ese enfoque no es solo teórico: es clínico. Cuando diagnosticas en base a una etiqueta, dejas de mirar lo que mantiene el problema. El síntoma se convierte en el enemigo, y el contexto —la historia, la relación, el aprendizaje— desaparece.


Marino propone volver al análisis funcional, es decir, a comprender qué función cumple el síntoma en la vida de la persona

No se trata de preguntar “qué tiene”, sino “qué hace”, “por qué lo hace” y “qué obtiene de ello”.


Esa forma de entender el comportamiento devuelve al terapeuta algo que el DSM le robó: la capacidad de pensar.


Recuperar la psicología


A lo largo del libro, Marino no se limita a criticar. Propone una alternativa. 

Una psicología que vuelva a mirar hacia procesos y contextos, no hacia etiquetas. 

Una psicología que no se limite a aplicar protocolos, sino que analice funciones, valores y aprendizaje. 

Una psicología que reconozca el sufrimiento sin convertirlo en patología.

“El sufrimiento no es una disfunción que eliminar, sino una experiencia que comprender.”

En ese sentido, su pensamiento se alinea con las terapias de tercera generación: la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), la FAP, o la Terapia Conductual Dialéctica (DBT). Todas comparten una idea: no necesitamos eliminar emociones, sino aprender a relacionarnos con ellas de otra forma.


Marino no rechaza la ciencia; rechaza la pseudociencia disfrazada de biología. 

No niega el sufrimiento, niega que deba llamarse “trastorno” para poder atenderlo.


Su mensaje es claro: 

Mientras sigamos midiendo la salud mental con criterios estadísticos, seguiremos confundiendo normalidad con bienestar y enfermedad con diferencia.



Conclusión: volver a pensar, volver a mirar


La invención de los trastornos mentales no es un libro cómodo, pero sí necesario. No busca destruir la psiquiatría ni negar la psicología clínica. Busca devolverles su sentido. Porque no hay terapia sin pensamiento crítico, ni salud mental sin comprensión del contexto.


Como psicóloga, no puedo leer a Marino Pérez sin sentir una mezcla de gratitud y urgencia. Gratitud, por haber puesto palabras al malestar que muchos profesionales sentimos al ver cómo la psicología se ha convertido en una fábrica de etiquetas. Y urgencia, porque mientras sigamos aplicando diagnósticos como si fueran verdades biológicas, seguiremos alejándonos de las personas a las que queremos ayudar.


El sufrimiento humano no necesita una categoría. Necesita comprensión, análisis y acompañamiento. Necesita psicólogos que piensen, no técnicos que diagnostiquen.

“No hay mentes enfermas; hay vidas que necesitan ser entendidas.” —Marino Pérez Álvarez

Y quizás ahí esté la gran lección de este libro: que la verdadera psicología no está en los manuales, sino en la mirada que somos capaces de ofrecer a quien sufre. 


Volver a pensar es, también, volver a curar.



Si quieres seguir aprendiendo más sobre trastornos emocionales tengo una masterclass de 35 min que se llama "Ansiedad y depresión: lo que nunca te contaron" que seguramente de interese.


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